Este domingo, 19 de mayo, celebramos la venida del Espíritu Santo sobre el colegio apostólico. Celebramos la fiesta de Pentecostés. Esta solemnidad de Pentecostés cierra el largo ciclo del
tiempo pascual (que hace unidad con el tiempo de Cuaresma). Podemos tener la
sensación de que el don de Espíritu Santo es algo que acontece “al final” de
este tiempo extraordinario, y que vendría a atemperar la sensación de orfandad
por la ausencia terrena de Jesús. Pero, si escuchamos con atención la Palabra
que Dios nos ha dirigido hoy, podemos entender que no es exactamente así. Pablo
nos recuerda que “Nadie puede decir: ?Jesús es Señor?, si no es bajo la acción
del Espíritu Santo”. Por tanto, si durante el tiempo pascual hemos podido ver a
Jesús resucitado, y lo hemos reconocido como Señor y Mesías, significa que el
don del Espíritu Santo ya ha estado actuando en nosotros. Y su actuación no
permite que nos sintamos huérfanos, sino, al contrario, nos reviste del Espíritu
de filiación que clama en nosotros “¡Abba! ¡Padre!” (cf. Gal 4, 6). El sentido
inevitablemente cronológico de la liturgia no debe llevarnos a engaño. Los
tiempos de Dios no son como los nuestros.
Aquí tienen el enlace de las lecturas de este domingo y los vídeos de este domingo.
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