Hace unos días,
tuve la gran suerte de acompañar a un buen amigo mío a la celebración, el
Sacramento de la primera comunión de su nieto. La ceremonia resulto brillante y
hermosa, tanto por el Celebrante que la presidía como por el recogimiento y
devoción que manifestaron los niños vivían el acto.
Tengo que confesar que la emoción me embargó durante toda la misa,
especialmente en el momento cumbre en el que los niños fueron recibiendo con
total devoción el Cuerpo de Jesús.
La homilía del
sacerdote resultó muy bella. La felicitación a los niños y a los padres
precedió a un pequeño diálogo que mantuvo con ellos. Les habló que Jesús
deseaba verse rodeado de niños. Le gustaba abrazarlos y bendecirlos hasta el
punto de llamarles la atención a sus discípulos, cuando éstos le impedían
acercarse a los niños y enojado les comentaba “Dejar que los niños se acerquen
a mí. No se lo impidáis porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
Y recuerdo, la espontánea pregunta llena de inocencia de uno de los niños…“¡qué
es el cielo” La respuesta no pudo ser más bella: “El cielo es todo aquello que
uno no puede alcanzar con la mano, sino con el corazón. Es, esa manzana que
prende de un árbol y que deseas coger, pero debido a tu altura, no puedes
lograrlo sin ayuda de alguien. El cielo es, el amor y el respeto que debemos a
nuestros y familiares; a nuestros profesores; a nuestros amigos y compañeros.
En definitiva a toda aquella persona con la que nos crucemos en nuestra vida.
Todo esto aquí en la tierra, es para nosotros el cielo, un lugar que existe más
arriba de las estrellas.
Concluida la ceremonia eclesiástica y sin apenas darme cuenta, los recuerdos
regresaron a mi mente y me transportaron en el vehículo de la nostalgia hasta
aquel florido y soleado día del mes de Mayo de 1.949, en el que yo recibía ese
mismo Sacramento.
Aquellos tiempos eran distintos a los de ahora. Tiempos difíciles y economías
familiares que no dejaban lugar para gastos “especiales”, como muy bien podría
ser la celebración de la primera comunión de un hijo.
Las vistosas estampas que con tal motivo se entregaban eran tan sencillas como
los trajes que vestíamos. Trajes que muchas veces, eran heredados de cualquier
familiar amigo o vecino. La modesta invitación que la familia ofrecía por el
acontecimiento, solía hacerse en los propios domicilios, lugar donde acudían
familiares y amigos muy especiales.
Sin embargo dentro de la sencillez, el ambiente se impregnaba de una radiante
felicidad y tanto los niños, como los que les acompañaban disfrutaban de una
paz y una alegría que había deparado la venida del Niño Jesús al puro e
inocente corazón del niño.
No sé, pero tengo la impresión de que para aquellos niños el día de su primera
comunión, era un día muy especial y enormemente deseado pues iban a recibir en
su corazón por vez primera al Niño Jesús. Y esto, sencillamente, era suficiente
para que la alegría invadiera sus pequeños cuerpecitos.
Ahora y por supuesto, no dudando de su magnífica preparación por catequistas y
sacerdotes, los niños andan revolucionados, probándose vestidos adquiridos en
estupendos comercios. Sometiéndose a duras sesiones fotográficas para realzar
sus originales estampas recordando el acontecimiento y esperando impacientes el
día señalado para después de la celebración eucarística, acudir a un buen
restaurante, compartir con sus invitados un ágape y una vez finalizado recoger
infinidad de estupendos regalos.
No obstante, lo que no me cabe la menor duda, es que tanto los niños de
entonces como los de ahora, habrán pedido al Niño Jesús que llevan dentro con
la seguridad de que serán escuchados, que sus mayores sean más tolerantes,
pacificadores y dialogantes. Y que ante todo y sobre todo se preocupen de
dejarles un mundo mejor, en el que todos estemos unidos y viviendo en paz
cediendo de sus derechos en beneficio de todos.
De cualquier forma, todos estos recuerdos han venido así, al asistir a la
primera comunión del nieto de mi amigo, reconociendo que esto corresponde a un
tiempo pasado, un tiempo que yo casi siempre quiero recordar no sé si porque
fue mejor o peor, pero sobre todo porque existió formando parte de mi vida.
En todo
caso, estoy convencido de que los tiempos han cambiado, seguramente para bien,
pero…ve y adivina.
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