Celebrar el bautismo del Maestro de Galilea,
tiene que llevarnos a comprender la invitación profunda que este acto de Jesús
nos hace: renunciar a nuestros egoísmos, tomar su cruz cada día, seguirle y si
es necesario perder la vida por su causa. Estar bautizados, por lo tanto,
implica vincularse al proyecto de Jesús, que es el mismo proyecto de Dios, de
manera sincera y seria. Jesús no pone condiciones teóricas, sino que presenta el
ejemplo personal.
El Bautismo de Jesús, antecede el inicio de su misión
en medio del mundo. En la lógica de Lucas, Jesús tiene que ser ratificado por el
Padre; sólo así puede dar inicio al tiempo nuevo, que va a inaugurar. El
Bautista entra en escena como aquel que es precursor para la lógica del tercer
evangelio. Pero su tarea, solo alcanza sentido si Dios mismo declara quien es
Jesús. Por eso vemos al Espíritu, entrar en escena para declarar sobre Jesús:
“Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto”. Esta declaración que el Espíritu hace
sobre la persona de Jesús, es extensiva sobre todo ser humano. Para eso Jesús
iniciará su misión en medio del mundo, para limpiar el rostro de la humanidad
violentada y la inmundicia que las estructuras de poder han cimentado sobre los
débiles, a fin que cada ser humano, experimente en su propia vida, el ser hijo
querido de Dios, predilecto de su amor.
El bautismo de Jesús inaugura su
vida pública y contiene en potencia todo el itinerario que deberá recorrer.
Parece un dato histórico cierto: Jesús, como tantos otros jóvenes de su tiempo,
se siente conmovido por la predicación de Juan, y acude a recibir su «bautismo»,
con un rito de «inmersión» en las aguas del Jordán, un rito casi universal que
significa una decisión radical de entrega a una Causa, por la que uno se declara
ya decidido a dar la vida, a morir incluso. Jesús, con la coherencia de su vida,
hará homenaje a su decisión de hacerse bautizar por Juan.
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